México ha decidido desafiar abiertamente al G7, alineándose con el bloque BRICS en un giro geopolítico que sacude los cimientos de la influencia estadounidense en América Latina. En un inesperado intercambio diplomático, la embajada de China en México lanzó una respuesta contundente a las provocaciones del nuevo embajador estadounidense, Ronald Johnson, quien había intentado sumar a México a una cruzada contra Beijing. La respuesta de China fue feroz: “Un amigo verdadero no te saquea la tierra ni te impone aranceles arbitrarios”, un claro golpe a la narrativa estadounidense.
Este enfrentamiento se intensifica en un contexto de creciente hostilidad entre México y Estados Unidos, marcado por aranceles injustificados y políticas migratorias inhumanas. La presidenta Claudia Shainbaum no dudó en calificar las recientes tarifas al acero y aluminio mexicano como ilegales, subrayando que el Tratado comercial trilateral no permite tales medidas.
Mientras el G7 se aferra a un discurso de supremacía moral, los BRICS, liderados por China, ofrecen una alternativa basada en el respeto y la cooperación. La reciente decisión de la Suprema Corte de EE. UU. de desestimar la demanda mexicana contra fabricantes de armas ha sido la gota que colmó el vaso, llevando a México a replantear su relación con Washington. La narrativa estadounidense ya no convence; México busca diversificar sus relaciones y proteger su soberanía.
Este nuevo acercamiento con China no solo redefine el panorama diplomático, sino que también plantea un desafío al dominio del dólar. Conversaciones recientes entre funcionarios mexicanos y delegaciones chinas han explorado la posibilidad de realizar intercambios comerciales sin recurrir a la divisa estadounidense. México, con su peso económico y geográfico, se posiciona como un actor clave en este nuevo orden global.
La era del dominio unipolar se desmorona. México y BRICS envían un mensaje claro: los pueblos ya no están solos, y esta vez, el G7 tiembla ante el avance de una nueva alianza.