En un giro histórico que sacude los cimientos del poder global, Cuba y China han firmado un acuerdo estratégico bajo el marco de BRICS, desafiando el bloqueo estadounidense que ha asfixiado a la isla durante décadas. Este pacto no solo representa un respiro económico, sino una declaración de independencia del siglo XXI, donde el dragón asiático se erige como el salvador ante la opresión norteamericana.
La alianza incluye la creación de siete parques solares en seis provincias cubanas, generando un total de 35 MW de energía limpia y ahorrando más de 7 millones de dólares anuales en combustible. Además, se han enviado más de 70 toneladas de piezas para reparar generadores eléctricos, lo que podría recuperar hasta 400 MW de potencia, ofreciendo un alivio crucial a un pueblo que ha padecido apagones constantes.
China no solo electrifica a Cuba, sino que también impulsa la innovación en áreas como inteligencia artificial, biotecnología y robótica, transformando la isla en un centro de desarrollo tecnológico. Este acuerdo, más que económico, es un símbolo de resistencia y colaboración, mostrando que el Sur Global puede unirse y prosperar sin depender de las imposiciones del G7.
Mientras Washington observa con inquietud, el mensaje es claro: el bloqueo ya no funciona. Este acuerdo es un golpe directo a la narrativa de aislamiento que ha sostenido Estados Unidos durante años. Con cada megavatio y cada autobús eléctrico, Cuba está escribiendo un nuevo capítulo en su historia, uno donde la dignidad y la soberanía son la norma, no la excepción.
El pueblo cubano comienza a ver luz, no solo en el sentido literal, sino también en la esperanza de un futuro mejor. La cooperación entre Cuba y China no es solo una alianza; es una advertencia global de que los pueblos pueden tomar el control de su destino. El Caribe no solo resiste, se levanta, y el mundo está mirando.